LA CASA LERCARO:

Calle San Agustín 22, San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, Canarias.

casa Lercaro








Esta joya de la arquitectura lagunera comenzó a construirse en 1593 por 
Francisco Lercaro de León, que procedía de una familia de comerciantes genoveses que se instalaron en Tenerife después de terminada la conquista.

La edificación sufrió ampliaciones en los siglos XVII y XVIII, obteniendo su máximo esplendor, aunque también se llevaron a cabo obras en el siglo XX. A lo largo de su historia, ha tenido diversos usos. En los años 40 fue albergue de un destacamento militar, denominado popularmente como “los antigases”. Después se convirtió en sede de la facultad de Filosofía y Letras. En los años 70 fue adquirida por el Cabildo, que llevó a cabo obras de restauración para ubicar el Museo de Historia de Tenerife.

Cuenta la leyenda que la joven Catalina, hija de los Lercaro, como correspondía a una joven de familia adinerada y bien posicionada, fue obligada por su padre a casarse con un adinerado noble de la isla, un hombre de edad más avanzada que ella y conocido por su despotismo y afición a la trata de esclavos. 
Catalina no quería a aquel hombre, le causaba repugnancia y un sentimiento de dolor le recorría todo su cuerpo. Una tarde su padre le comunica los propósitos de boda inmediata que tenían para ella y le recordó que preparara el traje que se le había hecho a media para tal ocasión. Ante lo cual, la joven sumida en un hondo penar corre a refugiarse en su habitación. Se sumió en un profundo llanto durante horas. Sus padres intentaron hablar con ella, pero no les hizo caso y no les abrió la puerta.

Catalina, cegada por la impotencia y la pena, se levantó de aquella cama en mitad de la noche, corrió por los pasillos de la casa y bajando las escaleras que conducen desde la cocina hasta uno de los patios. Intentó encontrar un lugar por el que escapar trepando aquellos muros, pero no encontró ninguno y las llaves de la casa las tenían a buen recaudo su padre y los sirvientes.

Desesperada y llena de rabia se encontró el pozo de agua de la propiedad y en un arrebato se lanzó a él para quitarse la vida ahogándose y poner fin así a su dolor.
La noche avanzó lentamente y por la mañana, la casa comenzaba a recobrar movimiento. Una de las mujeres encargadas de la cocina baja hasta el pozo a recoger agua y al tirar el cubo escuchó algo extraño, distinto al sonido que habría hecho al caer al agua como hacía siempre. Se alongó y al fijarse bien, vio un cuerpo flotando con un camisón blanco y enseguida la reconoció para gritar: "¡Niña Catalina!". La joven había quedado flotando boca arriba, con los ojos abiertos y la mirada fijada en el cielo como si pretendiera buscar allí la libertad que había ansiado en vida.

Aquellos gritos se escucharon en toda la casona y los padres bajaron corriendo hasta el patio para ver qué era aquel jaleo. Francisco Lercaro no se lo podía creer, su hija se había quitado la vida y desde entonces la pena le consumiría.

Días más tardes, los padres quisieron enterrarla en el cementerio, pero recibió la negativa del clero. A pesar de intentarlo con la entrega de ciertas cantidades de dinero, la respuesta siempre fue la misma: "Se ha suicidado y no puede ser enterrada en camposanto". Como no encontró alternativa, acabó enterrando a su hija en otro de los patios interiores de la casa.

A las pocas semanas el personal de servicio de la casa comenzó a ver por los pasillos sombras y escuchaban ruidos, incluso una de las mujeres encargadas de preparar las camas y limpiar los dormitorios, afirmaba haber visto a la difunta Catalina recostada en la que fue su cama. En otra ocasión una de las jóvenes del servicio fue al pozo a recoger agua para preparar los caldos cuando al asomarse a la boca del pozo se encontró con la sorpresa de que el agua se había teñido de rojo al tiempo que tras ella se le apareció el espectro de la difunta. 

También estos hechos insólitos se presentaron ante los propietarios del inmueble hasta tal punto, que se vieron obligados a cambiar su domicilio al norte de la isla, al Valle de La Orotava fijando allí su nueva residencia. Una vez instalados en la nueva casa y que sepamos, los fenómenos extraños no volvieron a producirse en ella.

Muchos son los testimonios del personal que allí trabaja, una de las chicas encargadas de la biblioteca del Museo vio sentada a una mujer, mirándola fijamente y desapareciendo al percatarse de su presencia. Un joven apoyó el testimonio con lo que presenció un día: “Jamás olvidaré aquella mañana, cuando vi pasar un bulto blanco muy luminoso con forma de mujer”. Otro empleado añadió: “Vi una nube blanca que se puso a mi lado, pero al prestarle atención se esfumó”. Otro joven añade: “Resulta muy aterrador cuando sabes que estás solo en la casa y oyes en el piso superior misteriosos pasos, algo que siempre sucede, igual que las apariciones”. “Los pasos invisibles se escuchan siempre desde la sección VI hasta el lugar donde se encuentra la vitrina que alberga una imagen de Cristo”.

Más increíble resulta la siguiente historia que cuenta otro testigo: “Aquella mañana no había nadie en la sala de didáctica. De pronto se oyó un ruido y la puerta se cerró. Se podría pensar que fue el viento, pero lo más misterioso es que estaba cerrada por dentro con llave, sin haber nadie en el interior de la habitación. Tuvimos que entrar por una ventana, la cual forzamos, y abrir la cerradura”.

Uno de los testigos afirma que una joven trabajadora del museo dejó un vaso de cristal en una de las mesas del piso de arriba y, cuando fue a buscarlo, no sólo lo encontró en otro punto de la mesa, sino roto en mil pedazos.

Otra historia curiosa es la que le ocurrió a un hombre que cargó sobre sus hombros unas vigas para subirlas al piso de arriba. Cuando llegó vio que la puerta donde tenía que entrar estaba cerrada con un tablón que la reforzaba. Decidió dejar la carga en el suelo, pero antes de hacerlo el trozo de madera que aseguraba el cierre saltó por los aires y las dos hojas de la puerta se abrieron de par en par.

Héctor Pérez se le coló un extraño “no” muy grave y prolongado en su grabadora cuando hacía una entrevista. Para conocer más de esta psicofonía y de la casa, optó por llevar al lugar a una “sensitiva”, quien sintió mucho dolor en el granero y se puso mucho peor en la antigua cocina, percibiendo a una joven que la habían torturado quemándole los brazos. Por si fuera poco, dos personas que trabajan en el museo juran haber visto a una muchacha que los observaba desde el granero y que luego desaparecía, estando ellos solos en la casa, ya que se encontraba cerrada al público.

En el año 2011 el grupo Clave 7 de investigación de temas paranormales, con el permiso del director del Museo del Cabildo, acudió a dicho inmueble para hacer un estudio sensitivo con la médium Angie Freeland y el grupo Tenerife Paranormal Society. La médium se dirigió al punto exacto donde solo este redactor sabía que estaba el pozo. En ese momento dijo que lo percibía debajo de ella. Luego se concentró más, visionó joyas y un cuerpo con un traje blanco.

Le preguntaron cómo había llegado ahí ese cuerpo y señaló que la joven se había tirado del corredor más alto del Palacio de Lercaro, que cayó cerca del pozo y como aún no había conseguido su muerte se arrastró hasta tirarse dentro del mismo.

Hay que destacar que antes de hacer dichas afirmaciones, la médium Olga Pérez Marrero, sensitiva del grupo Clave 7, había dado a conocer datos semejantes a los de Angie.  Una mujer con pelo largo y negro, ojos claros verdosos, manos delgadas y con un camisón blanco con bordados en azul y rosa. 
Todas las médiums por igual sintieron opresiones, angustias y torturas, pues, aunque no lo sabían estaban en las mazmorras donde recluyeron a los presos. De ahí, que notaran la presencia de militares y monjes.

Asimismo, es de destacar que el grupo Clave 7, detectó en la zona correspondiente al archivo del Museo, anomalías electromagnéticas y sonidos extraños semejantes a pasos de personas, y ante la sorpresa de todos, una luz que se encendió sola.